Sierra Almagrera, Sierra de la Plata

sierra almagrera

Panorámica de Sierra Almagrera desde los lavaderos de mineral de Muleria

Foto de José Rodrigo Navarro / Col. Fondo Cultural Espín de Lorca

 

En 1838 tuvo lugar en Sierra Almagrera un sorprendente hallazgo: un rico filón de galena argentífera afloraba en uno de sus barrancos, el del Jaroso. En un corto período de tiempo se concedieron unos 1.700 denuncios. Durante aproximadamente un siglo de laboreo fueron unas 300 sociedades las que extrajeron el plomo, la plata y el hierro. La alta proporción de plata del mineral extraído y su demanda depararon abundantes y rápidos beneficios a sus interesados, e hizo que acciones de aquellas sociedades, valoradas en su origen en 1.000 reales, se cotizaran a millón un año más tarde. Los habitantes de Cuevas del Almanzora, por entonces unos 6.000, que hasta el momento habían vivido esencialmente de la agricultura, la ganadería y la actividad comercial derivada, presencian un acelerado desarrollo minero e industrial que demanda abundante mano de obra. Atraídos por este emporio acuden gentes de todo el país, llegando el municipio a albergar cerca de 30.000 habitantes. La vida del minero no fue fácil: salarios bajos, mala alimentación, graves enfermedades relacionadas con la actividad minera y metalúrgica como la silicosis o el cólico saturnino, entre otras.  

La primera explotación fue Virgen del Carmen, a la que siguieron otras muchas. Esta primera etapa de explotación, comprendida entre el descubrimiento y la década de 1870, estuvo protagonizada por los capitales locales. Más tarde se afianzaron otras compañías foráneas, como la Compañía de Águilas y Société Minière d’Almagrera.

En 1840 surge una ley prohibiendo la exportación de minerales argentíferos en bruto, por lo que aparecen así las primeras fundiciones. Primero aquí en Los Lobos y más tarde en la costa. En los primeros tiempos el transporte del mineral se hacía en carros tirados por animales, pero se dio paso a la modernización mediante la construcción de ferrocarriles y cables aéreos que llegaban hasta la misma costa, donde en las dos primeras décadas del siglo XX se instalaron dos cargaderos metálicos.

Pronto surgieron problemas de inundación en las minas. Se perforaron socavones o galerías de desagüe que no los resolvieron, por lo que optaron por la instalación de máquinas de vapor en los pozos más ricos para extraer las aguas. Con el tiempo el problema se agravó a la vez que descendía la cantidad de mineral extraído. Aumentó de este modo la dificultad de las fundiciones para surtirse de minerales, lo que, unido al encarecimiento de los combustibles, los fuertes impuestos y las fluctuaciones de los precios de los metales en los mercados, forzó la paulatina paralización de estos establecimientos hasta que en 1900 la última fundición de plomo y plata, Santa Ana, apaga sus hornos. A partir de ese momento, la actividad minera y metalúrgica se restringirá al hierro, estará en manos de compañías extranjeras y perdurará unas pocas décadas más. 

Además del mítico Jaroso, en el que se halló el portentoso filón, en el Francés, Pinalvo, Chico, Chaparral, Hospital de Tierra y otros se ubicaron ricas explotaciones mineras. Existen senderos que nos conducen hacia ellos donde podemos observar las ruinas de los complejos mineros con sus almacenes, polvorines, desagües, restos de malacates, castilletes de mampostería, muros de contención y otras estructuras.

Para evitar peligros y riesgos, se aconseja no abandonar estos senderos visibles en ningún momento, ya que en sus inmediaciones, y en ocasiones sin enrejado, se hallan numerosos pozos que, en algún caso, superan los 300 metros de profundidad.

Es en el barranco del Chaparral donde podremos visitar la mina Encantada, en la que disfrutaremos del complejo de extracción cabria-máquina de vapor-calderas, único en su género por su antigüedad y por haberse conservado en el mismo lugar donde un día cumplió con su función, por lo que ostenta la figura de Bien de Interés Cultural.